Cynthia Perón G.
Siempre que el sentido común nos invita a analizar alguna situación, cualquiera sea su naturaleza, llegamos a olvidar algunas de las cuestiones que podrían definir la forma que tomarán nuestras conclusiones. Muchas veces obviamos efectuar las preguntas correctas.
Ante la innegable delicada, pero nada nueva situación que enfrenta nuestro país, me parece pertinente preguntar qué estamos haciendo nosotros, los ciudadanos, porque la verdad es que las partes que se hallan generando conflictos –el Gobierno, por un lado y el autodenominado Consejo Nacional Democrático, por el otro- parecen hallarse en posiciones deliberadamente irreconciliables de tal manera que a los ojos de la opinión pública –que no termina de tomar partido en esta contienda- no existe voluntad, en ninguna de las dos partes, para encontrar caminos de conciliación. De hecho, ni siquiera se están haciendo esfuerzos, más que retóricos y por tanto inútiles, para encontrar soluciones reales.
El gobierno bloquea el acceso al Congreso con una finalidad pueril y luego convoca a dialogar. En el otro lado, los Prefectos plantan al Presidente por un viaje de dudosas intenciones y se quejan de la falta de diálogo.
Entonces, si las cosas son así, un análisis superficial nos lleva a pensar que lo cierto es que cada posición, cada bando, se siente y se cree suficientemente sólida e irreductible y la consecuente arrogancia que proporciona esta falaz creencia les brinda el terreno ideal para la confrontación que estamos presenciando casi cotidianamente. Ante estos hechos, parece que los conflictos son inevitables, pero ¿quién se beneficiará de esto? Si partimos de la idea que cada bando tiene de sí mismo, veremos que ambas partes consideran al enfrentamiento como una solución a sus problemas. El gobierno y la posición ideologizada que lo sostiene, considera que el futuro enfrentamiento terminará con todo aquello que ellos llaman “oligarquía”. El futuro enfrentamiento constituye el retorno a sus verdaderas raíces: la revolución destructiva que luego pretende construir un “nuevo Estado” castro-guevaro-chavista, con disfraz de indigenismo. En el otro bando, el conglomerado agroindustrial exportador, cuyos intereses capitalistas pueden ponerse sin inconvenientes por encima de la democracia (cuestión que nunca representó un problema) o, finalmente, por encima de la vida humana, y que considera que el futuro conflicto representa la posibilidad de llevar adelante su anhelado deseo de poner fin de una vez por todas a las interminables pretensiones de reivindicación que “estos indios” creen merecer. El futuro conflicto asentará para siempre el estado fascista y colonial que heredaron y que no dejarán escapar jamás.
A pesar de la intención de cambio que cada parte conflictiva dice sostener, nada ha cambiado. Es más, en un análisis dialéctico, de pronto el partido de gobierno, que propugna la diferencia con el pasado, se parece cada día más a un partido tradicional proscrito y la oposición que renegaba y rechazaba el bloqueo ahora lo defiende. Cada postura cree tener la razón. Cada postura tiene respaldo político, económico o ideológico.
Cada postura tiene discurso. Cada postura tiene “pueblo” a su servicio, para sus fines, para sus intereses y para morir.
Siempre he creído, y perdón la ingenuidad, que la política es el compromiso infatigable de buscar soluciones, de hacer posibles las aspiraciones de un pueblo desde cualquier posición en la que el político se encuentre, es decir, desde el gobierno o desde la oposición. Sin embargo, hemos pasado los últimos veinticinco años construyendo un Estado – Partido donde los verdaderos intereses que representan los políticos son los del poder detrás del gobierno o de la oposición. La gente, es decir, nosotros el pueblo, estamos fuera de la ecuación, y cuando entramos en ella es para ser usados en sacrificios humanos en nombre de cualquier idea o fin o, lo que es peor, para acudir a las urnas.
Es necesario recordar que el ciudadano tiene enfrente al poder –en cualquiera de sus formas- como su enemigo y que el resultado de esa constante lucha se mide por el grado de libertad que cada pueblo obtiene. Considero que ha llegado el momento de que los ciudadanos, hartos de este ridículo montaje político que se nos ha obligado a ver y pagar, tomemos las riendas y empecemos a ser nosotros mismos los creadores y escritores de nuestra obra, excluyendo a todos estos malos actores, que a pesar del tiempo, su “experiencia” y el daño que han causado, no han aprendido su papel y no tienen intención de hacerlo.
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