Por: Cynthia Perón.
Desde Maquiavelo hasta Foucault, la mayor parte de las teorías políticas desarrolladas han reconocido en el Estado el principio unificador de la existencia social, de tal manera que a través de su poder soberano los conflictos que oponen a los individuos pueden ser reducidos e inclusive eliminados, asegurando así el sostenimiento de la convivencia y la paz; sin embargo, el proceso que se requiere para conformar un Estado que garantice tales condiciones deberá antes pasar por el diseño de un discurso que permita unificar intereses, generando aquello que llamamos nación. Esta es la tarea incompleta del liderazgo nacional. Hasta ahora.
Antes de exponer nuestro caso ante los lectores, debemos efectuar un pequeño paréntesis para explicar brevemente lo que entendemos con relación al Estado y el poder objetivado que se refleja en el Gobierno.
El Estado deberá ser siempre visto y entendido como una creación de los seres humanos, que tiene como fin y objetivo esencial el de proporcionar la sublime idea de unidad. El gobierno, por el contrario, se constituye en una institución de poder y como tal tiende irremediablemente a intimidar, coercionar, reprimir, castigar, vigilar, amenazar, disciplinar y controlar, en una palabra: dominar. Las llamadas “formas de gobierno” en realidad se constituyen únicamente en vulgares modelos de dominación pública, porque al final del día, de lo que se trata el gobierno es de poder, y el poder sólo piensa en una cosa: más poder. Tal vez sea por ello que a los gobiernos los cambia la gente, el pueblo, el soberano, porque si cambiar dependiera del gobierno o del poder, sin duda asistiríamos cualquier día a la coronación del Rey Luis LXV de Francia.
En todo este contexto y entendidas así las cosas no debe extrañarnos lo que sucedió el fin de semana en Santa Cruz. Porque lo que culminó el domingo tiene que ver con una infinidad de cosas, pero el hecho que más resalta es que se trató de proceso que culmina en una primera etapa, ante la mirada estupefacta del gobierno que lo único que hace es negarse una realidad que lo abruma y lo debilita.
El referéndum para aprobar los estatutos autonómicos de Santa Cruz no se tratan sólo de eso, de aprobarlos, sino de lanzar una incómoda pregunta: cómo quiere el gobierno -este y todos aquellos que niegan la posibilidad de una Bolivia autonómica- conseguir resultados diferentes después de ciento ochenta y tres años de centralismo, que han demostrado una absoluta incapacidad de cumplir las funciones para las cuales el soberano instituyó un gobierno a través del ejercicio de sus derechos. Es decir, por qué la sede de gobierno sigue defendiendo a ultranza un modelo de dominación que no ha hecho otra cosa que imposibilitar el cumplimiento de los objetivos de satisfacción de las necesidades públicas más esenciales. Cómo es posible que insistamos en mantenernos como un país unitario y centralista, cuando ese sistema nos ha sumido en el atraso y en la pobreza. Ahora bien, el gobierno en lugar de aceptar el agotamiento del sistema de dominación centralista, quiere defenderlo con el pueril argumento de que la autonomía implica separatismo y esto no podría estar más alejado de la verdad. Me explico: al principio de este artículo mencioné que el Estado, como agente unificador, debe diseñar a través de sus mecanismos, discursos que permitar unificar intereses. Considero que ahora, más que nunca estamos presenciando el diseño de dicho discurso: la autonomía. La idea, la puesta en marcha y sus posibilidades pueden ser aquello que termine de una vez por todas con el trabajo de convertir a este Estado en una nación.
La autonomía implica, para Bolivia, poner punto final a la modernidad con sus categorías, jerarquías y mayorías. El final de un discurso político caduco sobre las posibilidades de felicidad que pretendían el capitalismo y el socialismo científico de Marx, que han probado ambos ser absolutamente inútiles en la práctica. La autonomía implica para Bolivia la posibilidad de crear alrededor de ella la verdadera identidad de un estado nacional que no termina de definirse y que gracias a la necedad de la dirigencia que defiende el centralismo, cada día se halla más débil.
El domingo 4 de mayo debe ser marcado en el calendario de la historia como el inicio de una nueva etapa para Bolivia, el ingreso de nuestro país a la post modernidad, justo de la forma en la que se debe hacer: de la mano de sus ciudadanos, no de la mano del poder del gobierno.
Bolivia ha decidido andar un camino diferente. A muchos les podrá incomodar y podrán tratar de quitarle el mérito, incluso podrán mentir fuera de nuestras fronteras, pero las riendas de la nación, las toma, a partir de hoy y, con Dios como nuestro testigo, para siempre, todos aquellos por los cuales hablaron y no hicieron nunca nada real: nosotros los ciudadanos.
Copyrights @ Journal 2014 - Designed By Templateism - SEO Plugin by MyBloggerLab