Por: Boris Bernal Mansilla
FUENTE: Periódico La Razón, Suplemento La
Gaceta Jurídica y Periódico La Patria,
04 de noviembre de 2015
Luego
de dos horas de caminata desde el distrito de Wilacala del municipio de
Mocomoco en la provincia Camacho del departamento de La Paz, junto al alcalde
Elías Mollehuanca arribamos a la comunidad de Huarcamarca.
Un
panorama místico y acogedor nos da la bienvenida. En lo alto de una de las
montañas se divisa grandes elevaciones de rocas de color marrón que engañan la
vista de propios y extraños, quienes muchas veces logran ver en ellas una gran
ciudad, como nos cuenta el profesor Mollehuanca.
“De
niño yo estaba en Huallpacayu y, cuando estaba amaneciendo, vimos junto a mis
papás, a lo lejos, un pueblo, pero en la medida que salía el sol éste
desaparecía. Les pregunte qué se llamaba ese pueblo y ellos me dijieron
‘Huarcamarca’”.
Al
acércanos más a estas formaciones y elevaciones de roca, nos sorprende ver un
centenar de cavernas desperdigadas en todo el panorama; al respecto, Cecilia
Lipa Quispe, originaria de la comunidad de Huarcamarca, nos relató la siguiente
leyenda:
“Un
día los amautas convocaron a la gente y dieron órdenes expresas de esconderse
en las cavidades de las rocas, de no salir de allí hasta que todo hubiera
pasado, de cerrar los ojos y de pedir a las huacas para no sucumbir ante lo
desconocido. Los amautas creían conocer el momento exacto y el rumbo preciso
por el que surgiría aquel misterioso poder, cuyo nombre, según la leyenda, era
Willka (El Sol).
Hicieron
cálculos exactísimos del momento de la aparición del sol, pero no lograron
atinar la dirección exacta de su surgimiento. Dijeron que saldría por el
occidente y anhelaban que su llegada fuera el inicio de una era prodigiosa.
Todo el pueblo obedeció las órdenes de los amautas, esconderse en pequeñas
cuevas mirando hacia el oriente. ‘Así estaremos a salvo’, pensaban.
Se
escondieron todos, pequeños y grandes. Aguardaron con natural paciencia el
inicio de una nueva era y la salida del sol. El silencio de la tierra inundaba
el universo. Y salió el sol, para sorpresa de todos, por el oriente, quemando a
muchos matándolos y dejando sus cuerpos inmóviles entre las rocas. Sin embrago,
la de aquellos fue una muerte sin dolor, porque la tibieza de los primeros
rayos de sol sedujo a los hombres y regocijo a los niños.
Todos
gritaban alegres, pero muchos murieron porque no estaban acostumbrados más que
a los hielos y vientos helados de la Cordillera que penetraban por cada poro de
la piel hasta llegar a lo más profundo del alma. Murieron abrasados,
sonrientes, habían conocido a un dios poderoso e increíble. Y surgió una época
brillante en la tierra.
Hasta
el día de hoy están allí los huesos de aquellos que murieron a causa de la
salida del sol. Duermen y nos vigilan desde las grietas de las montañas. Nadie
se atreve ni debe tocarlos o moverlos del sitio, están allí para protegernos y
cuidarnos. Eso recordamos de generación en generación los habitantes de
Huarcamarca”.
Los
vestigios
Es
así que de a poco ingresamos al centro de estas formaciones, de pronto se abre
el escenario y aparece un conjunto de construcciones de piedra y barro que se
extienden por más de cuatro hectáreas. Hemos llegado a “las Ruinas de
Huarcamarca”.
En
una primera prospección del conjunto arquitectónico de Huarcamarca resalta una
serie de construcciones rectangulares y circulares de piedra que son típicas de
los depósitos del periodo incaico, como describe el inca Garcilaso de la Vega:
“Es
a saber que por todo el reino había tres maneras de depósitos donde encerraban
las cosechas y los tributos. En cada pueblo, grande o chico, había dos
depósitos: en el uno se encerraba el mantenimiento que guardaba para socorrer
naturales en años estériles; en el otro se guardaba las cosechas del sol y del
inca.
Otros
depósitos había por los caminos reales, de tres a tres leguas, que ahora sirven
a los españoles de ventas y mesones… llevan (los indios) por su cuenta y razón
a los depósitos que estaban en los caminos donde encerraban bastimentos, armas,
ropa de vestir y calzado para los ejércitos que por ellos caminaban a las
cuatro partes del mundo que llamaron Tawantinsuyo”.
Estudios
realizados a depósitos incas en Huanaco Pampa, en Perú, reflejan que las
estructuras de éstos se dividían en circulares, destinados a conservar el maíz,
y rectangulares, que eran para los tubérculos.
Por
su parte, María Rostworowski describe: “Son edificios relativamente pequeños
dispuestos en hileras, usualmente sobre una colina. En general, miran hacia el
lugar de ocupación al que están asociados. Como otros edificios incaicos, las
estructuras tuvieron dos formas básicas: circular y rectangular”.
Además
de su ubicación sobre una colina, otra característica más detallada para
distinguir a los almacenes de las viviendas u otras estructuras son las
puertas. El tamaño de éstas es bastante pequeño en comparación con las puertas
de otras estructuras.
Las
construcciones circulares tenían solo una puerta que casi siempre miraba hacia
la subida de la colina. Los almacenes rectangulares tenían mayormente dos
puertas, una que miraba hacia arriba de la colina y otra hacia abajo. El
diámetro de las construcciones circulares, por lo general, mide entre dos a
seis metros. Los almacenes rectangulares de tres a cinco metros de ancho y de
tres a diez metros de largo.
Además
de las construcciones destinadas a depósitos, en las Ruinas de Huarcamarca
destacan tres construcciones de las que aún no identificamos su función y queda
pendiente su investigación.
En
esta primera prospección, también se pudo visibilizar un chullpar del periodo
incaico con dos niveles característicos. Por último, de todo el conjunto
arquitectónico sobresale en el centro una formación rocosa con aspecto de
torre, donde, al parecer, se realizaban ritos religiosos.
Es
así que comenzó nuestra travesía en esta hermosa y mística tierra de
Huarcamarca, en el municipio de Mocomoco del departamento de La Paz. Queda
mucho por hacer, tenemos las energías e ímpetu de continuar con nuestras in-
vestigaciones, a pesar de nuestras limitaciones económicas y materiales.
Es
escritor, filósofo del Derecho, descendiente del Cacicazgo Kutipa de Italaque y
delegado de Culturas, Interculturalidad y Turismo del Gobierno Autónomo
Municipal de Mocomoco del departamento de La Paz.