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30 de abril de 2018

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LA ILLA DEL SIKU DE TAYPI AYCA ITALAQUE

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Por: Nemecio Huanacu Calamani y Boris Bernal Mansilla
Abril 20, 2018

Illa es una palabra que, según el primer diccionario de lengua aymara de Bertonio de 1612, define: “Cualquier cosa que uno guarda para protección de su casa, como chuño, maíz, plata, provisión de ropa y aun las joyas, etc.”.

Gustavo Adolfo Otero en “La Piedra Mágica”, menciona: “Objetos Mágicos-Illas.- Fetiches simbolizaciones de figuras mágicas de tipo bienhechor”.

Frisando Pinedo dice, Illa: “Son talismanes y amuletos destinados a la protección y conservación de los diferentes bienes materiales: vivienda, ganado, riquezas, etc. contra enfermedades, robos y también para favorecer la procreación”


Los investigadores Manuel Alvarado Quispe y Mary Mamani Tito en su texto “El Origen de las Fiestas Andinas”, citan: “ILLAS.- Es la energía que da la tierra, el aire, el agua y el sol. Es un atrayente de energías, pueden ser objetos como piedras, huesos, colores, símbolos, plantas, nombres animales, semillas, incluso personas o “jaqi illes”. En la actualidad, simplemente se conoce 'como si fuera un amuleto de suerte, aunque la idea es equívoca, dista mucho del significado real, por eso es que muchas personas tienen diferentes objetos o cosas guardadas como amuletos de suerte, y su nombre correcto es la “illa”, en un sentido más amplio, lingüísticamente en el idioma aymara sobrepasa las limitantes en cuanto a la traducción en lengua castellana u otras”. Por otro lado refieren estos autores a la Fiesta de la Illa: “Illa Uru 21 de diciembre solsticio de verano actualmente fiesta de las Alasitas y el Ekeko. Precisamente en el mes de diciembre llega la fiesta de las illas y hasta el mes de enero es la época de la planificación de sueños y metas que durante el año se lograran. Estos sueños están reflejados en las miniaturas que representan la multiplicación del ganado, del dinero, bienes que se hacen realidad en un tiempo determinado, fiesta que se trasladó al 24 de enero, con el nombre de las alasitas o la fiesta del Ekeko”.

Ahora bien, desde épocas prehispánicas estos objetos sagrados tenían una familia o persona encargada de su cuidado, crianza y custodia. Esta responsabilidad en muchos de los casos recaía sobre los Curacas o Caciques, en palabras de Thierry Saignes: “Si bien la población india en su integridad mantiene las costumbres y algunas expresiones propias de su cultura, son sus dirigentes, los caciques, los depositarios de las tradiciones, sobre todo después de que se recluye a los ‘hechiceros’ que eran quienes tenían a su cargo la continuidad del antiguo culto prehispánico, acertadamente dice Millones que: "La pieza clave para el mantenimiento de la religiosidad aborigen fue el curaca" [Millones 1987: 175]. Los caciques eran los únicos que podían asumir el papel de conservadores, más o menos solapados, de los valores indios.

Toca a las creencias y prácticas religiosas. Los cultos andinos privilegian los lugares sagrados de origen (o wakas), las momias de los antepasados (en particular las de los caciques) y algunos rituales expiatorios (confesión y penitencia) o propiciatorios (en caso de crisis climática). ‘Cada familia tiene su confesor señalado que suelen ser los caciques y principales; ordinariamente suelen ser hechiceros a los cuales no osan negar ninguna cosa porque creen que los confesores lo saben todo y que morirían si alguna cosa dejasen’ –advierte un autor de fines del siglo XVl. El poder local que puede generar este tipo de práctica es incomparable con las presiones que podían ejercer otras autoridades españolas. Arriaga, extirpador de idolatrías, relaciona su vigencia con ‘el cuidado y solicitud /de los curacas y caciques/ en honrar y conservar los hechiceros, esconder sus huacas, hacer sus fiestas, saber las tradiciones y fábulas de sus antepasados y contarlas y enseñarlas a los demás’ (1621/1968: 222). Y el inquieto franciscano B. de Cárdenas, al visitar el arzobispado de Charcas, reconoce que ‘algunos o los más /caciques/ fomentan las hechicerías e idolatrías’ (1632, BN, Madrid). Lo que significaría que los caciques no han perdido su papel de intermediarios mágico-religiosos entre los ayllus y el mundo cósmico, sea ejerciendo directamente poderes sagrados, sea amparando a los chamanes locales (a menudo ancianos y ancianas apartados en lugares lejanos)”.

Así los caciques desde la colonia se mueven constantemente entre dos registros de valores antagónicos: la promoción del cristianismo y el fomento de las divinidades locales y de las creencias mágicas. No sabemos si eran los mismos individuos quienes propiciaban ambos cultos o si pertenecían a dos bandos bien distintos. Con esto queda más que claro que los caciques (curacas) poseían un poder espiritual que hacía que sean escuchados y obedecidos por su pueblo, siendo  este poder espiritual la esencia de su legitimidad.

En ese sentido Boris Bernal Mansilla, descendiente del cacicazgo Kutipa de Italaque, cuya familia  mantiene tradiciones ancestrales y profundamente espirituales que guardan una relación profunda con la naturaleza y el respeto por ella, custodia en la actualidad la Illa del Siku.

La Illa Siku es una pieza elabora en piedra volcánica de data aproximada de 400 años de antigüedad con forma de Siku (zampoña de cuatro orificios) con figura de un monito cargado un atado.

Esto denota otro elemento ontológico de que el territorio de la cultura Huarcas guarda la sabiduría ancestral expresada en los Sikuris de Taypi Ayca  Italaque.