Bolpress / 10 de enero de 2013
http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2013011006
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Ben Hayes y Nick Buxton* - Los líderes políticos del mundo no podían
decir que no fueron advertidos. Poco antes de que comenzaran las
negociaciones sobre el clima de la ONU a principios de diciembre de 2012
en Qatar, no eran solo el Banco Mundial, la Agencia Internacional de la
Energía y la compañía internacional de contabilidad PWC los que
preveían unos peligrosos niveles de cambio climático. Incluso la
naturaleza parecía dar voces de alarma con unos huracanes fuera de
temporada que devastaron Nueva York y algunas islas del Caribe y las
Filipinas.
Ante tal panorama, cualquiera hubiera esperado una respuesta decidida
por parte de los Gobiernos del mundo. En lugar de ello, la cumbre de la
ONU pasó prácticamente desapercibida para los medios internacionales y
culminó con otra declaración vacía que, según Amigos de la Tierra, es
“una farsa” que “falla en todos los sentidos”.
Ante uno de los grandes desafíos a los que se hayan enfrentado jamás
nuestro planeta y sus pueblos, es evidente que nuestros líderes
políticos han fracasado. Así, en marcado contraste con la gran acción
coordinada para rescatar a los bancos y estimular el sistema financiero,
en este caso los Gobiernos han optado por mantenerse al margen, dando
carta blanca a los mercados y a los gigantes de los combustibles fósiles
en lugar de atreverse a planificar una conversión de nuestras
economías, basadas en las emisiones de carbono.
No es que los Gobiernos hayan decidido quedarse de brazos cruzados,
como suele decirse, sino que están asegurándose activamente de que el
cambio climático sea una realidad. Y es que cada planta de carbón
construida en China, cada pozo petrolífero perforado en el Ártico y cada
yacimiento de gas explotado por fracturación hidráulica en Estados
Unidos fijan carbono en la atmósfera durante al menos mil años y eso
significa que, aunque en los próximos años se tomen medidas radicales
para reducir las emisiones, nada será suficiente para impedir que el
calentamiento global se desboque.
El presidente del Banco Mundial Jim Yong Kim señaló que el informe
elaborado por la institución que dirige prevé un aumento de las
temperaturas de 4 grados Celsius antes del fin del siglo y que eso daría
lugar a un mundo “muy inquietante.”
Por primera vez, la cuestión de cómo pagar “las pérdidas y los daños”
que ya está provocando el cambio climático entre las personas más
pobres y vulnerables del mundo alcanzó un protagonismo importante en
Doha. Es una trágica paradoja que las discusiones sobre cómo detener el
cambio climático y cómo prepararse para él (lo que en la jerga de la ONU
se conoce como “mitigación y adaptación”) se hayan visto ahora
eclipsadas por las demandas de reparación y por la creciente
preocupación –entre la industria de los seguros, por ejemplo– de quién o
qué va a pagar por los daños causados por el cambio climático.
Estas narrativas son profundamente alarmantes y desmovilizadoras. A
la gente le resulta ahora mucho más fácil imaginar un futuro distópico
para sus hijos que un mundo que ha aunado esfuerzos para evitar los
peores efectos del cambio climático. Así, lejos de impulsar la acción en
masa, el miedo y la inseguridad parecen estar llevando a la gente a
desconectar del tema o a buscar consuelo en teorías conspirativas.
¿Seguridad para qué y para quién?
Esta apatía está siendo explotada por aquellos que acogen con agrado o
que buscan sacar provecho de la política de la inseguridad y de lo que
el Pentágono ha bautizado como “la era de las consecuencias”. En todo el
mundo –y muchas veces a puerta cerrada–, securócratas y estrategas
militares se dedican a practicar “ejercicios de prospectiva” que, a
diferencia de sus jefes políticos, dan por sentado el cambio climático y
desarrollan opciones y estrategias para adaptarse a ‘los riesgos y las
oportunidades’ que este presenta.
Solo un mes antes de las negociaciones sobre el clima de Doha, la
Academia de Ciencias de Estados Unidos publicó un informe encargado por
la CIA que buscaba “evaluar las pruebas científicas sobre posibles
conexiones entre el cambio climático y las consideraciones en materia de
seguridad nacional”. El estudio llegaba a la conclusión de que sería
“prudente que los analistas de seguridad esperaran sorpresas climáticas
en la próxima década, como eventos aislados inesperados y potencialmente
perjudiciales y confluencias de eventos ocurridos de forma simultánea o
secuencial, y que estos sean cada vez más graves y más frecuentes, muy
probablemente a un ritmo crecientemente acelerado”.
¿Qué consecuencias tiene enmarcar el cambio climático como un
problema de seguridad y no como un problema de justicia o de derechos
humanos?
La predisposición que siente la comunidad militar y de la
inteligencia a tomar en serio el cambio climático ha sido muchas veces
bienvenida por parte de la comunidad ambiental sin ningún tipo de
análisis crítico. Los organismos especializados en seguridad, por su
parte, afirman que se limitan a cumplir con su trabajo. Sin embargo, la
pregunta que muy poca gente está planteando es la siguiente: ¿Qué
consecuencias tiene enmarcar el cambio climático como un problema de
seguridad y no como un problema de justicia o de derechos humanos?
En un mundo ya envilecido por conceptos como “daños colaterales”, los
participantes de estos nuevos juegos de guerra climáticos no tienen por
qué hablar con franqueza acerca de lo persiguen, pero el trasfondo de
su discurso es siempre el mismo: ¿cómo pueden los países
industrializados del Norte –en una época de creciente escasez potencial
y, se presupone, de crecientes disturbios– protegerse a sí mismos de “la
amenaza” de los refugiados climáticos, las guerras por los recursos y
los Estados fallidos y, al mismo tiempo, mantener el control de los
principales recursos estratégicos y cadenas de suministro?
En palabras de la estrategia propuesta en materia de cambio climático
y seguridad internacional de la UE, por ejemplo, “la mejor manera de
considerar el cambio climático es como un multiplicador de amenazas” que
conlleva “riesgos políticos y de seguridad que afectan directamente a
los intereses europeos”.
El negocio del miedo
Las industrias que florecen con la real politik de la seguridad
internacional también se están preparando para el cambio climático. En
2011, el texto publicitario de una conferencia sobre la industria de
defensa sugería que el mercado de la energía y del medio ambiente valía
por lo menos ocho veces más que el propio negocio de la defensa,
estimado en un billón de dólares al año. El mismo texto también apuntaba
que “el sector aeroespacial, de defensa y seguridad, lejos de quedar
excluido de esta oportunidad, se está movilizando para abordar lo que
parece destinado a convertirse en su mercado adyacente más significativo
desde la fuerte emergencia del negocio de la seguridad civil/interior
hace casi una década”.
Puede que algunas de estas inversiones acaben resultando de utilidad e
importantes, pero el discurso de la seguridad climática también está
ayudando a alimentar un auténtico boom de inversiones en sistemas de
control de fronteras de alta tecnología, tecnologías para el control de
masas, sistemas de armas ofensivas de próxima generación (como los
drones o aviones no tripulados) y las conocidas como “armas menos
letales”. Debería ser inconcebible que Estados democráticos se estén
equipando de esta forma para un mundo cambiado por el clima, pero cada
año se ponen a prueba y salen al mercado más aplicaciones. Teniendo en
cuenta la consolidación de las fronteras militarizadas en todo el mundo
durante la última década, nadie querría ser un refugiado climático en
2012; no digamos ya en 2050.
No son solo las industrias de la represión las que se están
posicionando para beneficiarse de los temores sobre el futuro. Las
materias primas de las que depende la vida se están incorporando en
nuevas narrativas sobre seguridad basadas en temores relativos a la
escasez, la sobrepoblación y la desigualdad. Cada vez se concede mayor
importancia a cuestiones como la “seguridad alimentaria”, la “seguridad
energética” y la “seguridad hídrica”, sin que se analice en profundidad
qué se está asegurando exactamente para quién, y a expensas de quién.
Pero cuando la situación percibida de inseguridad alimentaria en Corea
del Sur y Arabia Saudí está impulsando acaparamientos y explotación de
tierras en África, y el aumento de los precios de los alimentos está
provocando un malestar social generalizado, tendrían que saltar las
alarmas.
El discurso de la seguridad climática da por sentado estos
resultados. Se articula en torno a la idea de ganadores y perdedores
–los asegurados y los condenados– y se basa en una visión de la
“seguridad” tan distorsionada por la “guerra contra el terror” que
considera, fundamentalmente, que hay personas desechables en lugar de
promover la solidaridad internacional que se necesita de forma tan obvia
para encarar el futuro de una manera justa y colaborativa.
La doble batalla contra el cambio climático
Para hacer frente a la creciente securización de nuestro futuro,
debemos seguir luchando para poner fin a nuestra adicción a los
combustibles fósiles lo antes posible, sumándonos a movimientos como los
que se oponen a la explotación de las arenas bituminosas en
Norteamérica y formando amplias alianzas ciudadanas que presionen a
municipios, estados y Gobiernos para que transformen las bases de sus
economías y minimicen su huella de carbono. No podemos detener el cambio
climático –ya está ocurriendo– pero todavía podemos evitar sus peores
consecuencias.
Sencillamente, no podemos permitirnos dejar nuestro futuro en manos
de securócratas y corporaciones cuando se deben tomar decisiones
difíciles. Sin embargo, también debemos prepararnos para reivindicar la
agenda sobre la adaptación al cambio climático, exigiendo que esta deje
de basarse en la adquisición por desposesión y en las interesadas
agendas de seguridad de los poderosos, y se centre en los derechos
humanos universales y la dignidad de todas las personas. Sencillamente,
no podemos permitirnos dejar nuestro futuro en manos de securócratas y
corporaciones cuando se deben tomar decisiones difíciles.
La reciente experiencia del huracán Sandy, en que el movimiento
Occupy, con su respuesta a la crisis, dejó en evidencia al Gobierno
federal, pone de manifiesto el poder de los movimientos populares para
responder positivamente a catástrofes locales.
A pesar de todo, las respuestas locales, de por sí, no bastan.
Necesitamos estrategias internacionales más amplias que controlen el
poder corporativo y militar y, al mismo tiempo, globalicen las
herramientas para la resiliencia. Esto significa proponer soluciones
progresistas sobre cuestiones como los alimentos, el agua y la energía, y
sobre cómo hacer frente a condiciones meteorológicas extremas que
ofrezcan alternativas viables a los enfoques basados en el mercado y
obsesionados con la seguridad que favorecen nuestros Gobiernos.
Pero puede que lo más importante sea que debemos empezar a enmarcar
estas ideas en visiones positivas para el futuro, algo que ayudará a las
personas a rechazar la distopía y a reivindicar un futuro justo y
habitable para todos y todas.
* Coeditores de un libro sobre la securización del cambio climático
que será publicado por el Transnational Institute en 2013. Texto
traducido del inglés por Beatriz Martínez. Fuente: http://www.tni.org/es/article/militarizando-la-crisis-climatica